2/07/09

A más de cien

Monsieur G. había partido a París por negocios. Nos dijo que retornaría al día siguiente a la hora del almuerzo. Sandrina quiso preparar algo especial. Me comentó que había un mercado en un pueblo vecino donde vendían productos italianos de excelente calidad.

Subimos a su auto. Era una mañana soleada y hermosa. A medida que avanzábamos me di cuenta que no estaba tan cerca como me había dicho y habíamos salido salido algo retrasadas. Noté que Sandrina aceleraba un poco; no le dije nada pues la vía estaba despejada. Cuando vi que aceleró más empecé a sentir miedo -la velocidad no va conmigo- pero me quedé callada... éramos tan distintas y pensé que iba a quedar como una tonta.

Tuve un presentimiento. De repente ella hace una maniobra para adelantar a un auto y se escucha un ruido horrible. No podría explicar qué sucedió. Creo que chocamos con el carro que iba detrás. El auto comenzó a girar y Sandrina no podía controlarlo. Fue cuestión de segundos pero para nosotras fue una eternidad; me golpeaba contra su cuerpo y la puerta del copiloto.

El auto dejó de girar y a toda velocidad se dirigió hacia una casa; a medida que el vehículo se acercaba a aquella pared blanca yo sólo encomendaba mi alma de Dios. Nunca había estado tan cerca a la muerte. De pronto algo inexplicable sucedió: el auto dio vuelta a la derecha y se detuvo. No lo podía creer. Nos habíamos salvado y estábamos ilesas. Los testigos del accidente vinieron corriendo a socorrernos pensando que estábamos gravemente heridas, pero nada ni un solo rasguño. No les cuento cómo quedó el auto.

En medio de la campiña provenzal ¿cómo regresar a casa? Eso fue anecdótico: El mismo conductor del auto contra el que chocamos nos dejó en la puerta del caserón. Su auto no se había dañado tanto, casi nada: Luego de una conversación amistosa entre conductores (cosa que llamó mi atención porque nunca había visto algo así) nos ayudó llamando a una grúa y todo lo demás. Fue muy gentil, otro habría gritado a Sandrina por su imprudencia.

Imposible esconder esta vivencia extrema a Monsieur G. quien se molestó mucho. De remate ambas vestíamos de negro (...fruto de la convivencia). El sólo me miró y me mandó cambiar de outfit. Caso cerrado. Entiendo su enojo y preocupación, él era responsable de mi integridad durante esas cinco semanas. A partir de entonces me llevaba a todas partes: conocí un negocio que tenía en Lyon y en París me alojé en el apartamento de su esposa... pero esa ya es otra historia.

No hay comentarios.: