2/05/09

III
Despertar en Provence
Orchidée

Desperté al llamado de Sandrina; comentó que en casa estaban preocupados porque había dormido mucho. Ya más descansada pude ver la habitación que me habían asignado: era espaciosa y muy linda . Por un instante pensé que seguía soñando. Era un lindo día y a través de la ventana contemplé una hermosa vista. La casa quedaba a las afueras de la ciudad, en la campiña.

Bajé rápidamente. Como era una mansión pensé que durante el almuerzo sería presentada al resto de la familia. Cual sería mi sorpresa al ver solo tres lugares en la gran mesa. Luego me enteré que Monsieur G. vivía solo en ese caserón. Sandrina era una especie de ama de llaves, experta en gastronomía francesa. Ella se encargaba del manejo de la casa.


Tomé asiento, moría de hambre... y confirmé que el primer choque cultural se da en la mesa. No es que la comida fuese desagradable, pero evidentemente era diferente: nuevos sabores, costumbres, insumos, porciones, sensaciones, etc. Poco a poco me fui enamorando de la comida provenzal y el buen vino. Descubrí sabores nuevos como el de las endivias que al principio detesté pero luego aprendí a disfrutar su ligero amargor. Sandrina preparaba unos postres deliciosos y cuando pensé que el almuerzo había terminado, ella aparece con café y la tabla de quesos.. de todo tamaño, color y olor. Mi anfitrión sugirió que los probase todos y así lo hice. A los pocos días me sentí indispuesta, creo que tanto queso me afectó el hígado. Lo cierto es que Monsieur G. tuvo la gentileza de comprar un queso holandés más suave, especialmente para mí.

Había un habitante más en aquella casa: una gata que era como una hija para su dueño. Cuando Monsieur G. dormía su siesta, (otra costumbre nueva para mí) la gata también descansaba echada encima de él. Minette era su nombre y estaba celosa ante mi presencia; me miraba con recelo y los primeros días se paraba en medio de la escalera y no me dejaba bajar. Poco a poco se fue acostumbrando a la recién llegada. Adoraba la fibra de alpaca; no sé cómo se las ingeniaba pues yo cerraba bien la puerta de la habitación y al regresar la encontraba bien echada encima de mi suéter. Cuando se sintió más en confianza se acercaba a mí, trepaba y se acurrucaba buscando el calor de la lana. Un buen día desapareció. Monsieur G. me dijo que no me preocupara,que algún día ella volvería a casa.

Los días transcurrían y mi francés mejoraba; más que un intercambio eran unas vacaciones soñadas: Por las mañanas un desayuno ligero, luego gustaba pasear por el amplio jardín, leer (Monsieur poseía una interesante biblioteca) , escribir en mi diario. También ayudaba en algunas tareas o acompañaba a Sandrina a hacer compras en la ciudad. El almuerzo se servía alrededor del mediodía y luego de la siesta respectiva subíamos al Mercedes de Monsieur G. rumbo a paseos inolvidables por pueblos y ciudades cercanas (en otro capítulo hablaré de paseos más lejanos). En el trayecto el paisaje era fascinante: árboles, flores montañas, castillos, animales, restos arqueológicos de la invasión romana que aún perduran como acueductos y un arco y diversos atractivos turísticos. Me vienen a la mente los campos de lavanda, ¡qué maravilla!

El clima en esa región francesa es benevolente; aún en pleno invierno cielo azul y brillo solar pero frío a la sombra. Por primera vez experimenté bajas temperaturas. Ya en París, al bajar del avión simplemente me con-ge-lé... en el sur ,en cambio, el clima era sencillamente agradable.

Me encontraba en un lugar donde el tiempo parecía transcurrir lentamente, lejos de la locura de las grandes ciudades. Todo era calma, tranquilidad, sosiego. Me sentía contenta, al amparo de una persona bondadosa y muy gentil: Monsieur G.

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